Érase, una vez, una linda abuelita que vivía junto a sus nietos, en una hermosa cabaña, en el bosque.
Durante el día se divertían muchísimo, con quien siempre encontraban actividades emocionantes para hacer...
Así vivían día tras día, sin mayores penas; más que disfrutar de la vida, y de todo el bello entorno en el que se encontraban.
Por las mañanas, la abuelita la instruía en diversas materias... y por las tardes bordaban, cocinaban, recolectaban flores del campo.
Tres veces a la semana salían de madrugada, pues se iban a pescar en un pequeño velero; muchas veces luchaban con las ballenas; que no les dejaban pescar, pues eran insaciables comiendo peces.
Pero la abuelita linda, cogía el remo y les golpeaba en sus cocorotas, y entonces las ballenas se metían en el fondo del mar y no molestaban más.
Cuando pescaba, lo suficiente para el día; regresaban adentrándose otra vez, por aquel precioso río, que casi rozaba la cabaña.
La abuela tenía un enorme corazón y se preocupaba de pescar lo suficiente, para así alimentar a un oso negro, que siempre rondaba la cabaña. Ella le daba de comer algunos pescados, y el oso se marchaba de lo más de contento.
El animal, no solía alejarse mucho de la cabaña; pues la abuelita y los niños eran casi su familia; ya que la mujer lo había criado desde que era un pequeño osezno; pues unos cazadores muy malos mataron a sus padres.
Un día oscuro, sin luna a las tres de la madrugada, sintió que merodeaban alrededor de la cabaña; por lo que la abuelita muy asustada agarró un hacha que tenía colgada en la pared... por si acaso. (La que le servía para cortar leña)
A ella le parecían raros los ruidos provenientes del exterior, ya que oso gustaba de hacer hoyos y cavar... pero jamás a esas horas.
De pronto comenzaron a aporrear la puerta; a ella el corazón casi se le salía, al punto que no podía pensar. Todo estaba pasando muy rápido. Como los merodeadores vieron lumbre en la chimenea, no pararon de golpear la puerta.
La voz de hombre se escuchaba: ¡Abrir por favor!
¡Que mi compañero ha pisado una trampa de oso y se puede morir!
La abuela en ningún momento se detuvo a pensar que fuera mentira, y abrió la puerta...
Los intrusos, tan pronto, vieron a la abuela, desprotegida, en el instante la comenzaron a golpear por todos lados.
El paso de los años, aún no habían deteriorado su grácil figura; así pues, ellos quisieron todo de ella.
La abuelita, en ese momento, no podía dejar de pensar en los niños, quienes eran su mayor tesoro.
Temía por el bienestar de sus nietecitos, o lo que pudieran hacer con ellos.
Por temor a despertarlos, apenas alcanzó a dar un chillido en ese momento... así pues, no puso resistencia, pues eran los hombres eran muy grandes, y armados con escopetas.
La desnudaron a tirones y ya iban a cobrar la presa; cuando una sombra apareció por la ventana.
Ella miraba al oso como pidiendo auxilio, y este entendió el mensaje irrumpiendo en la entrada; con sus garras de 20 centímetros se lio con los dos, y no paró hasta destrozarlos. El oso parecía un demonio en ese momento.
La abuelita quedó impactada y se desmayó cayendo al suelo.
El oso se acercó a ella, y escondiendo sus garras, la apartó del sitio atroz; cogiéndola por el torso, la subió con sus grandes manos hasta su habitación.
Sus nietecitos no se dieron cuenta de todo lo sucedido. Ella se sintió, en ese momento, la mujer más protegida de todo el mundo.
Sentía el basto pelo del oso rozando su cuerpo desnudo, y escuchando al oso balbucear... quien moviendo la cabeza hacia los lados; se mostraba orgulloso, y parecía agradecerle tantos años de alimentarlo y cuidarlo con tanto amor.
Luego de liberarse de su dulce carga, el oso bajó las escaleras; y arrastró los dos cuerpos a la vez... lanzándoles río abajo; donde unos cocodrilos celebrarían un gran banquete.
¡Nadie, jamás, se atrevería a posar sus manos en aquella cabaña!
Y así, la hermosa abuelita y su pequeña nieta, continuaron su vida de ensueño; divirtiéndose y bañándose en un lago, que se formaba a la orilla del río.
La cabaña y sus alrededores era un lugar muy seguro, donde si deseaban podían despojarse de sus ropas; pasarla maravillosamente, sin pena alguna de ser atacadas... pues siempre estaban bajo la protección de su fiel guardián.
En esta oportunidad, no hay príncipe azul, aunque está en la mente del escritor. Jajaja!
Derechos de Autor.
Colabora en imágenes,
Silvia Regina Cossio Cámara.
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