martes, 16 de septiembre de 2014

.Carmina una madre perdida. cuentos.



Carmina es una chica tímida y sin estudios, de dieciocho años; que vivía en un pueblecito cercano en la costa del sol.
Esta entrañable chica se enamoró, y se marchó de casa; para vivir con su amado novio, a una modesta pero linda cabaña.

El chico era un pescador del lugar. Todos los sueños de Carmina se concretaron, pues aunque pasaban algunas carencias, su pareja era muy dulce, considerado y protector con ella. Los dos se amaban y se cuidaban de forma singular.

Un día, cuando su amado se marchó a la mar, allá en Marruecos; en donde el barco se vio inmerso en un maldito vendaval, provocando que barco se estrellara contra los acantilados... perdiendo la vida todos los tripulantes. 


Desde Marruecos, Carmina, recibió una nota de pésame y los restos de su amado pescador.

Carmina perdió la cabeza; pues el mundo bajo sus pies se había derrumbado... y todo en su vida se complicaría más, pues estaba embarazada... más ella no lo sabía en ese momento.

Pasó un tiempo y ella no paraba de llorar, pues su vida era solitaria y de lo más miserable.

Un día salió de casa, con un vestido algo roído y desmejorado...(pues era el único que tenía) para dirigirse a casa de un vecino, a pedirles consejo sobre Dios.
El hombre al verla le cerró la puerta, ella, muy desanimada y triste, se volvió a su casa. Se echó en su triste cama, llorando, sin parar.

Estaba a punto de quedarse dormida, cuando escuchó que alguien llamó a la puerta; más, cuando la chica bajó y abrió el portón, solo encontró una gran cesta con comida y sin ninguna nota.

Ella miró la cesta y secándose las lágrimas con la mano, la tomó y se sentó en su salón; tomó una manzana y comenzó a morderla... así no paró con todo lo que en ella había, hasta que la cesta quedó vacía, pues tenía bastante hambre.

Cuando terminó, sacó la cesta y la dejó frente a la puerta, pues ya no le era útil. Con el estómago lleno, su pena se calmó un poco.

Al día siguiente sonó la puerta otra vez, pero cuando abrió de nuevo solo encontró una gran cesta llena de frutas y embutidos. Esta vez la metió con más ganas y se puso a comer.

Así pasaron los días, cada día una cesta llena de alimentos, en su puerta aparecía, como por arte de magia.

Carmina era un tanto despistada, no tenía experiencia en la vida. Su cabaña no estaba, muy lejos de la casa de su madre; quien había muerto meses atrás, y ella no se había enterado siquiera. Su barriga siguió creciendo y creciendo. 

Un día, mientras se dirigía a recoger su cesta de víveres, al momento de agacharse se le presentaron unos dolores muy fuertes, y cayó desmayada sobre la cesta de comida.

El trabajo de parto había comenzado. Alguien la cogió en brazos, la tranquilizó y la llevó al hospital.

Dio a luz a un hermoso bebé. Cuando despertó se encontró con su pequeño angelito, lo tomó en sus brazos, y extasiada lo acariciaba con mucha ternura.

A los pocos días, les dieron el alta. Cuando llegó a su casa, se encontró con todo en perfecto estado. Su cabañita lucía limpia y reluciente, pues hasta cortinas le pusieron; eran preciosas, en tono amarillo, con flores rosas y moradas.

Ella sonrió agradeciendo a Dios por los favores recibidos, así como por ese pequeño ser que tenía en sus brazos, y a quien ya amaba de forma sin igual.

Al ingresar a su habitación, con sorpresa descubrió; que también le habían dejado una preciosa cuna, hecha a mano por alguien.

El bebé fue creciendo sin mayores complicaciones, aunque era un poquito raro, pues no lloraba. El niño solo dormía, comía... volvía a dormir y a comer... así todo el tiempo.

Ella, preocupada, un día tomó al niño, para llevarlo al hospital a que lo reconocieran.

Sin embargo, en esta oportunidad iría bien vestida, pues días antes en la cesta... encontró unos preciosos vestidos de su talla. Ella era una chica delgaduita y a pesar de todo era preciosa.

Cuando salía por la puerta con su niño, pasó un coche viejísimo por la puerta; y el conductor, que era un anciano... paró al verla y le dijo:
¡Hola vecina! ¿La puedo llevar a algún sitio?

¡Ay! Muchas gracias, pues voy a el hospital, a que reconozcan a mi hijo. La verdad es que está muy lejos, y creo que apenas llegaría viva, si nos vamos caminando.

¡No se preocupe! Yo vivo aquí enfrente de su casa, y le ayudaré siempre que lo necesite. ¡Es precioso el niño!

-¡Sí! Es muy lindo y lo quiero con toda mi alma, pues su papá se marchó a los cielos y no pudo conocerlo.

¡Lo sé! Contestó el hombre.

Arrancó su viejo coche hasta el hospital. Cuando llegaron, el anciano preguntó a Carmina:

¿Quiere que la acompañe?

Bueno, si no le importa, se lo agradecería; ya que estoy tan asustada que no sé qué hacer.
- ¡No se preocupe! Deme al chico, que yo lo subo.
¡Gracias, gracias!

El anciano tomó al niño, su rostro se iluminó y se le caía la baba al mirarlo.
- ¡Qué bello es!
Entraron en la consulta y el doctor examinó al bebé. No obstante, las noticias no fueron las esperadas, porque el doctor les informó que el niño debía de quedarse internado para efectuar unas pruebas.

- ¿Es grave doctor? Preguntó el hombre.
¿Usted quién es?
- ¡Perdón! Yo soy su vecino.
Y en voz baja agregó: ¡Y el abuelo del niño también!
¡Aja!... dijo el doctor.
- Pero por favor, no le diga nada a la madre; ella no lo sabe.
¡Bueno! No hay problema.
El doctor les dijo que se podían quedar en la habitación, acompañando al niño.

Sobre las ocho del día siguiente, ya las pruebas las tenía el doctor, y los llamó a consulta diciendo:

¡Señora, el niño tiene una enfermedad rara!

Es la enfermedad del sueño, y siempre estará durmiendo; solo despertará cuando tenga hambre. En estos casos hay un riesgo muy peligroso, y es que si el niño se ahoga; usted no se dará cuenta, a no ser que esté muy pendiente de él.

La mamá se echó a llorar y llorar diciendo:
¡Qué mala suerte la mía, todo me pasa a mí! Sniff

El anciano la tomó entre sus brazos y le dijo: No se preocupe, verá como un día todo pasará.

Les dieron el alta, pues no había nada que hacer, solo esperar. El anciano la ayudó a subir al coche y marcharon para la casa.

La ayudó a entrar y su benefactor le preguntó:
Carmina ¿Quieres que me quede un ratito más contigo? Yo vivo solo y es muy triste vivir en soledad.


¡Bueno! Como quiera, pero... ¿Cómo te llamas?
Mi nombre es Juan
Bien Juan, cuéntame ¿Vives hace mucho tiempo enfrente?
¡Si muchacha, cuarenta años!
¿Conocías a mi marido?
¿Paco? Claro que sí, era un chico buenísimo. Pero el consuelo de la chica era nada. El hombre poco o nada podía hacer, para tranquilizarla.

El anciano desde ese día, con regularidad iba y venía con solo cruzar la calle.

Ella muy perdida, un día le pregunto al abuelo: ¿Podrías quedarte unas horas, cuidando al niño?
¡Sí, como no! No te preocupes que yo lo cuido... pero niña ¿A dónde vas?
- Tengo que averiguar una cosa.


Tomó su pequeño bolso y salió de la casa, marchó a la ciudad y se dirigió al ayuntamiento preguntando por Dios.

Al llegar al lugar, la chica del mostrador le respondió:
¿Dios?
- ¡Sí, sí, Dios!
Señora, Dios no vive aquí, si acaso en la iglesia.

La chica salió algo enojada y se dirigió hacia la parroquia del lugar.

 Carmina entró a la iglesia, observando a toda la gente que, aparentemente, a Dios le hablaban y rezaban con fervor.

El párroco, al ver entrar a la mujer que lucía perdida, y observar que no se había santiguado y que tampoco rezaba, se acercó y le preguntó:
¿Desea algo?
¡Sí! Vengo a hablar con Dios y quiero verlo.
Señora Dios está en todos los corazones, Él no se ve.
- ¿Cómo que no se ve? ¡Quiero hablar con Él! ¿Vive aquí, o no?
¡Sí, pero él no se ve!
- ¿Entonces cómo puedo hablar con Él, si no lo veo?
Hija mía, Dios es todo espíritu y no podemos verlo, pero sí lo sentimos en nuestra alma y en nuestros corazones.
- Pues yo quiero verlo, porque estoy muy enojada.
¡Lo siento hija! No puedo ayudarte más.

Carmina salió desconsolada de la iglesia, pues Dios no le habló siquiera.

Llorando por un camino oscuro, y ya afuera de la ciudad; alzó su cabeza hacia la luna y dijo:

Luna, luna, tú que vives tan alto... ¿Has visto a Dios?
¿Dios? ¿Quién es Dios? La luna preguntó.
¡Uno que lo puede todo! Eso me dijeron.
¡Ahhh! Pues no le conozco, a lo mejor si preguntas a esa estrella, que brilla tanto pueda ayudarte; pues vive mucho más alto que yo.
¡Ahhh bueno! Muchas gracias.

Luego la chica comenzó a llamar la atención de la estrella ¡Ehh!, ¡Ehh! ¡Estrellada!

¿Me hablas a mí? Preguntó la estrella.

¡Si a ti!

¡Yo soy el lucero del alba! ¿Qué deseas de mí?
¡Pues busco a Dios!
¿Dios? ¿Quién es Dios? ¿Cómo es? ¿Qué forma tiene?
¡Ay! No lo sé, me haces preguntas muy difíciles.

Es que si no sé cómo es, me temo que no podré ayudarte; pues por aquí pasan muchas celebridades y muchas personas buenas, que abandonaron la tierra.

Pues no sé cómo es Dios, dicen que nadie lo ha visto nunca.
- Bueno, amiga, así no podré ayudarte, pero sí conozco a alguien que puede hacerlo.

De pronto el cielo se iluminó y un rostro grandísimo se formó, el ángel lentamente se fue acercando, hasta cálidamente rodearla con sus brazos.

Era su amado esposo y este le dijo:
¡Hola mi amor! ¿Qué es lo que te aflige?
¡Ay mi amado esposo! Lo que pasa es que estoy muy triste. ¿Sabes que tienes un hijo?
¡Sí, lo sé mi amor, claro que lo sé!


Quería hablar con Dios, porque nuestro hijo tiene una enfermedad muy mala; y estoy enojada con él, por no ayudarme. Y como si fuera poco, te llevó de mi lado.
Esposa mía, no debes preocuparte más, Dios me necesitaba aquí para que le ayude a pescar.

¿Pescar?

¡Sí! Pues al ser yo pescador, Dios necesitaba de mi ayuda; para pescar almas en pecado y hacerlas buenas.
¡Ajá! Y yo mientras tanto ¿Qué hago con mi vida?
Cielo mío, Dios me ha dicho que no te preocupes; que todo se andará muy bien.

Y yo te digo, en casa no estás sola; con ese anciano que tiene tu hijo.
¿Qué ha pasado? ¿Le ha hecho algo al niño?
¡Noooo es su abuelo!

Ese anciano es mi padre; el mismo que te ha ayudado todos estos años, para que no te faltara la comida ni a ti, ni a nuestro hijo.

Ahora debes marchar para casa, pues Dios me ha prometido, que un día nuestro hijo estará bien.

En ese instante el cielo se oscureció; solo quedó un rayo que guiaba sus pasos hasta su hogar.

Entró en su casa y exclamó:
¡Abuelo! ¡Abuelo! ¡Abuelo! Abrazándolo de lo más de contenta.
¿Cómo está el niño?


El abuelo sorprendido, por el cariño con que la chica lo había saludado... le dijo:
¡Está bien! A tiempo que una lágrima de felicidad, resbalaba por su mejilla.

¡Abuelo! ¿Por qué no me dijiste, que eras el papá de Paco? Me has ayudado tanto, que si no fuese por ti, mi vida hubiera acabado.

El anciano preguntó: ¿Cómo sabes que soy el abuelo del niño?

Si se te ve en la cara cuando lo miras, además me lo ha dicho tu hijo; pues él se me ha aparecido en los cielos.
¡Ahhh! Dijo: el abuelo.

Luego Carmina, le preguntó si aceptaba a quedarse a vivir con ellos.
¿No, para nada, esto es un cuchitril de mala muerte, os vendréis a mi casa que es grandísima, mi hijo es lo que hubiera deseado y cuidaremos del niño los dos, ¿qué te parece?

la mujer gustosa aceptó la invitación, del abuelo, y pronto se dirigieron a su casa.

El hombre le dijo que ansiaba que pronto el niño creciera, para que así comenzará a jugar con los juguetes de su padre.

Cuando el niño cumplió seis años, una mañana, estando en compañía de su abuelo, despertó y dijo:
¡Abuelo, tengo hambre!
El abuelo, un tanto sobresaltado, respondió:
¡No te preocupes, te daré una cosa que te va a gustar!
Le sacó un trozo de queso riquísimo, el niño tomó su queso para comer y levantó la mano señalando un juguete que había en el rincón. El abuelo le dio un juguete.

El chico estaba maravillado, los tomó con sus manitas y se puso a jugar.

Cuando Carmina regresó de trabajar, pues limpiaba varias casas del entorno, vio que su hijo se encontraba dormido, pero tenía un juguete entre sus brazos; el abuelo, al lado de la cama, se había quedado dormido.

¡Abuelo, abuelo!
- ¿Qué, qué manda, hija?
¡Ese juguete! ¿Cómo lo tiene el niño, en sus manos cogido?
- ¿Qué? ¡Él me lo ha pedido!
¿Y cómo es eso?
- ¡Sí! Se ha despertado y me ha pedido de comer, le he dado un trozo de queso y me ha pedido ese juguete.
¡Ay qué raro! Bueno, pues nada, abuelo, comeré algo y me iré a la cama... estoy agotada, pues hoy el trabajo ha sido pesado.

¿Tú has comido?

- Sí, mi niña, he picoteado queso con mi nieto. ¡Ajajajaa!

A la mañana siguiente, Carmina se levantó y fue a ver al niño, y no estaba en su cama; se asustó mucho y se fue a los aposentos del abuelo.
¡Abuelo, abuelo! Gritaba
¿Qué pasa?

¡El niño! ¡Que no está, y creí que estaba contigo durmiendo!
¡No puede ser hija! Vamos a buscarlo.
¡Sí vamos!
Salieron los dos del cuarto y allí, en un rincón, estaba el niño jugando con los juguetes; se pusieron la más de contentos.

El abuelo lo tomó en brazos y lloró de la felicidad, pues si bien es cierto había perdido a su hijo, ahora en ese pequeño había encontrado la felicidad.

Nunca supieron lo que había sucedido, pero desde entonces, el niño, solo dormía a ratos como los demás humanos.

¡Jajajajaja! Y colorín, colorado, con cucharas de palo; el desayuno hemos tomado.
 
Enrique Nieto Rubio
Derechos Reservados.

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