Lucin es un chico de 18 años en un pueblecito de China.
Su mamá estaba muy enferma, pues, sé moría.
Y los sabios del pueblo les dijeron: Lucin tu madre se muere y solo hay un remedio, tendrás que subir al monte tai, casi en su copa, existe una cueva, pero tienes que tener cuidado, pues, allí vive un ángel custodio y difícil será que deje entrar a nadie solo con la verdad y el amor te puede dejar.
Allí dentro existe la flor de Loto, pero es azul por su flora en la oscuridad, ella tendría que tomarla en infusión, pero tiene que ser antes de ponerse mustia.
Solo así podrá curarse tu madre, y tiene que ser cogída con mucho amor por algún hijo de ella.
Así que Lucin salió de inmediato, tomó buen calzado y cuerdas, pues, el camino hacia la cueva solo empieza desde la mitad de la montaña.
Al día siguiente Lucin llego a los pies de aquella inmensa montaña, mitad llena de sombras y mitad llena de nieve.
Lucin quería mucho a su madre y no pararía en su intento, así que empezó a gatear con su cuerda y dos garfios
no se lo pensó para nada, en lo alto de la montaña existía unos bichos luminosos que si los mirabas ellos hacían que la vista se perdiera provocando la caída y su fin sería la muerte.
Esto se lo dijo un monje que vivía en otra cueva que existía abajo del todo,
pues había una entrada secreta que solo los monjes y los ángeles sabían.
Lucin, el monje le dijo, que lo mejor para subir se pusiera una venda en los ojos. Así subió en dos días hasta llegar al camino aquel, no sin casi caer dos veces.
Él era muy joven y fuerte y casi subió corriendo, por aquel áspero camino. Y en la entrada de la cueva, se puso de rodillas, pues la humildad sería el primer paso, una vez de rodillas imploro entre rezos, que el monje le explicó sollozando llamo: hada estas hay por favor, no podría mirarla a la cara, pues si así lo hiciera quedaría encantado.
El hada respondió quien osa molestarme en mis rezos
soy yo hada Lucin, vengo a suplicarte para que me dejes coger la flor de loto, pues mi madre se muere.
El hada a dos metros por encima de él se acercó, su imagen era luminosa, puso su mano sobre su cabeza y dijo eres un buen chico pasa y tómala, pero envuélvela en esas hojas grandes que hay en la entrada.
.
Él entró y a unos tres metros, frente a, él estaba esa preciosa flor, la cortó con mucha delicadeza y la envolvió con aquellas hojas, pero al salir, cometió la torpeza de fijarse en sus piernas blancas y suave, pero siguió subiendo hasta verle esos ojos verdes fuego, por lo cual quedo poseído por el hada.
Ya él jamás podría dejarla de mirar.
De pronto, sus alas estallaron y solo quedaron aquellas heridas de sus alas cayendo al suelo, desmayándose.
El Alber, entre unos rayo que brotaban de sus ojos, tomó algunas flores más y las frotó en sus heridas, curándola de inmediato.
Al cavo de un buen rato, ella repuesta tendría que ir con él para siempre, pues otra hada ocuparía su lugar.
En ese mismo instante, se abrió una puerta y ella de la mano lo bajó de aquella montaña.
Así abajo lo esperaban con una carreta y partirían de inmediato, pues su madre agonizaba.
Corrieron velos mente sin importarles los obstáculos, al anochecer. Llegaron a la casa y el hada que ya no era, pues sus alas quedaron allí, clavadas en la pared de la cueva.
Ella, envés de hervir el agua, pues ya estaba inconsciente y no le haría efecto...
Ella, con sus dedos, se sentó a su vera y le fue metiendo pétalos de flor que el hada iba masticando y poco a poco, su madre iba tomando un color rozado luminoso hasta reponerse.
Y después jamás se pondría enferma, que incluso por habérselas dado así, tampoco envejecerían…
Así Lucin sé prometió con aquella hada, que en su perfección era hermosísima y muy cariñosa, más dieron una gran fiesta, que todo el pueblo, quedaron, invitados.
Siendo así, los más felices de todo los tiempos y vivieron para siempre
Enrique Nieto Rubio.
Derechos de autor.
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