En una de estas calles, al llegar al número 45, me cerraban las persianas siempre de golpe, eso me llamó la atención mucho, pues eso me pasaba solo en este número.
Un día, al volver la esquina, observé de lejos que estaba barriendo la puerta dicha persona.
Aceleré el paso para verle la cara, pero ella corría para meterse en la casa, antes de que yo llegara... tenía una bata beige.
Ella, por correr, se le enganchó la bata en el pestillo de la puerta, con tan mala suerte, que cayó al suelo, quedando completamente desnuda.
Corría para socorrerla cuando ella se giró, alzando la pierna para darle una patada a la puerta y cerrarla. Al levantar la pierna se quedó todo a la vista, yo encandilado... ¡Por aquello me quedé paralizado!
Como estaba de hermosa, y que cosa más bonita tenía abajo; me dio con la puerta en la cara y me pilló la mano, cayendo de espaldas a la calle.
Bueno, se me hinchó la mano y la cara, un Chichón grandísimo, pero me fui alucinando en colores, me dieron la baja unos días.
Pues tuve que decirle a mi capataz, que me pille la mano con un contenedor.
En los días que estuve de baja, otro compañero iba por allí, y esta señora le preguntó:
¿Y el otro barrendero, ya no viene?
-Este le contesto:
¿Mi compañero?
¡Sí!
- Es que ha tenido un accidente, se ha pillado la mano, y se ha dado en la cara. Ahora está en casa descansando con una baja de trabajo.
¡Vaya!... dijo la señora.
Al cabo de unos días, volví por allí y al llegar a este número; se me vino a la cabeza ese pedazo de cuerpo tan hermoso. De pronto salió la señora, y me dijo:
¡Por favor! ¿Entra, un momento?
- Yo entré y me dijo:
¡Siéntate por favor!
Mira, quiero pedirte perdón, por pillarte la mano y lo de la frente; es que medio mucha vergüenza, de que me vieras desnuda y quise cerrar la puerta... ¡No pensé que te pudiera lastimar!
- Le dije: ¡No fue nada!
Me respondió: ¿Cómo puedo pagarte el daño, que te he hecho?
- Bueno, con lo que vi... ¡Estoy bien pagado!
¿Así? ¡Muchas gracias!
Se me fue acercando hacia mí, y cuando estaba muy pegadita, se volvió a abrir la bata... ¡Creía morirme!
Olía como los Ángeles a Jazmín, como estaba sentado, todo el pubis en mi cara quedó rozando mis labios; me lo comí todo y toda ella...
Hicimos el amor frenéticamente, quedando como pollo remojado, terminamos de hacerlo.
Y me fui soplando y soplando. Por la calle estuve todo el día soplando, no me lo podía creer, como me había pasado eso.
A los dos días siguientes... yo cortado, volvía a pasar por allí; pero volvió a salir con ese aroma tan delicioso, que llevaba me dijo:
¿Quieres un café?
¡Vale le dije!
Entra en casa.
Me preguntó: ¿Con leche?
- Le dije... ¡Sí, muchas gracias!
Y acercándose, mientras se abría la bata, me dijo, que empezara con la leche.
Nos pusimos guarritos de placer, ya desde entonces todos los días se inventaba algo para abrirse la bata.
Cada vez que lo hacía me moría de emoción. Era maravillosa, tan espontánea, preciosa y tan elegante... y juntos así estuvimos mucho tiempo.
Nos enamoramos y hasta que un día nos casamos. Pero ella, aun casados, seguía sorprendiéndome, con sus maniobras sexuales.
Era tan feliz, que jamás hombre alguno lo habría sido, en todo el universo. Así pasaron algunos años tanta felicidad me asustaba.
Más yo le dije que no sería bueno, tener tanta felicidad... aunque ya han pasado cinco años.
Una mañana, como de costumbre, le pregunté a mi amor, si se siente bien; porque me he levantado temblando y sudoroso... sabía que: ¡Algo malo iba a pasar!
Era mi día negro seguro... pues lo podía presentir. Ella, con voz tenue, me ha dicho que no pasa nada... mientras se desplomaba en mis brazos.
Yo, temblando de miedo, la llevé al hospital. Más ella, en el trayecto, había dejado de respirar... ¡Iba muerta!
Los médicos no se explicaban lo que había pasado. Le han hecho la autopsia y no les han sacado nada... dicen que es muerte súbita.
¡Siento que me estoy muriendo de pena!
Tanto amor era imposible, los Dioses me han castigado; son envidiosos y ladrones, me han robado mi vida y mi amor.
Ya no siento ni frío ni calor, me han robado la ilusión de vivir, me han enterrado vivo, son malos y rencorosos.
Estoy perdido en este mundo, vagando con mi soledad, nada ni nadie me satisface. ¡Ya no siento nada!
¡Vivo errante por la vida!
Llorando por los rincones, con una angustia que me ahoga, me falta hasta el aire, cuando estoy en mitad del campo.
Sueño todas las noches con ella, y me levanto llorando; porque no está a mi lado... ¡Deseo mi muerte! Pues esta vida ya no la quiero.
En mi sillón sentado, espero mis días finales; pues vivo de sus recuerdos; que estos... ¡Si son inmortales!
Quiero ver a los Dioses para poder preguntarles:
¿Por qué me quitaron el alma mía?
¿Por qué arrebataron mis sueños y mis cantares?
Los dioses siendo tan poderosos... ¡Cuánta envidia me tenían!
Ya la siento venir por el pasillo... ¡Se acerca!
Ella suavemente me alarga la mano, y... ¡Me invita para irme con ella!
- Fin -
Derechos de Autor
Enrique Nieto Rubio.
colabora en imagen,
Silvia Regina Cossio Cámara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.