Todas las noches se emperraba con la misma, hasta que las mataba... más él no se daba cuenta de eso.
Pasó mucho tiempo, más cuando no quedó ninguna doncella, el Conde Drácula tuvo que emigrar.
En su coche fúnebre, y acompañado de su cochero, y en su hermoso ataúd, recorrió toda Europa, y se dirigió a España... se adentró en los bosques de Andalucía, y se instaló en un castillo cerca de Espejo, en Santa Cruz, exactamente.
El aspecto del Conde Drácula, era de unos veinte años; guapísimo, un hombre varonil como ninguno. Siempre vestido de negro con su capa negra y roja por dentro.
Visitó y deambulo por todos los pueblos de Andalucía.
Por último, se asentó en la Torre de la Calahorra, en Córdoba. En el sótano de la torre empezó a formar su hogar. Esta torre se comunica con la mezquita de Córdoba cruzando el río Guadalquivir por debajo del agua... pues existen unos subterráneos que comunican con la Córdoba antigua; así que esto hacía imposible, que le persiguieran en caso de ser descubierto.
Empezó a caminar por sus calles empedradas y estrechas; llenas de magia y muy acogedoras. La luna brillaba y su reflejo rozaba el suelo, por donde pasaba, y rebotaban iluminando su rostro; era como si al cruzar las calles, el viento reinante pareciera abrasarle... era subyugante y hermoso.
Él gustaba mirar por las ventanas iluminadas; viendo cómo las personas, llevaban una vida muy agradable y eso empezó a estremecerle.
Entró en la hermosa calle del Cristo de los Faroles, una pequeña plaza apenas iluminada
Por las farolas, y quedó maravillado con su luna llena; que reflejaba el Cristo, y un hermoso cuerpo allí de rodillas se encontraba.
Eran las diez de la noche, se acercó a la chica tapándose la cara, como sintiendo vergüenza del Cristo.
Eran las diez de la noche, se acercó a la chica tapándose la cara, como sintiendo vergüenza del Cristo.
Ella tenía diez y ocho años, más o menos.
- ¡Buenas noches!
Ella con una carita jamás vista por él... dulce y bellísima... vestida de negro, ojos grandes, labios rojos pronunciados, escote grande y con una mantilla negra por encima de la cabeza. Morena y de cabellos que brillaban con el reflejo de las farolas de gas y de piel muy blanca.
El conde la miró a los ojos y le agregó:
- ¿Cómo, puedes ser tan preciosa?
¿No te duelen las rodillas con estas piedras?
La chica le respondió:
Más me duele mi corazón, pues mi madre se muere.
Ella comenzó a incorporarse, y el conde le alargó la mano ayudándola a levantarse... Este le preguntó:
-¿Te importa que te acompañe un rato?
Ella, muy segura de sí misma, le dijo:
¡Está bien, por mí no hay problema!
El conde la acompañó hasta su casa, sin quitarle los ojos de encima.
El conde le confesó que era la noche más hermosa y nunca vista por él... pues todo el paisaje era bellísimo y como si esto no fuese ya suficiente... él se preguntaba cómo era posible, que existiera un ser tan perfecto como ella.
- ¿Me permites que vea a tu mamá?
Ella buscando consuelo le dijo:
¡De acuerdo... pase por favor!
El conde se acercó hasta el aposento de la madre y le tomó la mano, de pronto la madre abrió los ojos y lo miró; su color empezó a ponerse rojizo y las ojeras pronunciadas por tener la muerte encima; se le desaparecieron de los ojos... y su rostro en general empezó a cambiar. ¡No había duda, se había curado!
La muchacha feliz y sin dudarlo por un instante, abrazo al conde; y él, al sentir ese cuerpo delgadito, lleno de vitalidad y con un aroma a canela... tan solo cerró los ojos y su corazón se iluminó.
El Conde se asustó de aquella sensación extrañísima, pues jamás sintió nada igual.
Salió corriendo de la casa y fue desapareciendo en la mitad de la noche... ese día se acostó sin morder y/o beber la sangre de nadie.
A la noche siguiente el Conde rondó por casa de la chica, con la excusa de ver a su encantadora amiga... llamó a la puerta y ella fue quien le abrió.
El conde la saludó:- ¡Hola! ¿Cómo está tu madre? Pasaba por aquí y decidí visitarte.
Ella le respondió.
Está perfecta, llena de alegría y con muchas ganas de vivir.
Ella, con confianza, le alargó la mano... cogiendo y tirando de él y acto seguido le echó la mano por la cintura.
Ella preguntó:
- ¿Cómo lo hiciste... acaso eres médico?
Él volvió a estremecerse, pero en esta ocasión él la miró, con unas ganas locas de morderla. . Sentía que moría por hacerlo.
La madre, al verlo... le dio las gracias; le ofreció cenar con ellas, pero el Conde, declinó la invitación inventando una excusa cualquiera.
Salió con ella de la casa abrazado, él se atrevió a besar su escote; deseando morderla... pero no pudo, porque para ese momento, su corazón se había entrelazado, con el de ella.
En la tercera noche, caminando por la penumbra de la calle, en el interior del portal, él se desvivía por ella... La abrazaba y besaba con ansias y pasión... con locura, pues su amor era perfecto.
Ella, por igual, se moría en sus brazos de placer y deseos; él la cobijó entre su capa... y él sintió como el cuerpo de la joven vibraba, hasta sentir un placer nunca descrito por ser humano alguno.
El Conde Drácula perdió la magia de ser un vampiro, ya que desde entonces se amoldó a las comidas de las personas regulares; y determinó quedarse con su bella damisela por el resto de su vida.
Enrique Nieto Rubio
*Derechos Reservados*
Colabora en imágenes,
Silvia Regina Cossio Cámara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.