Lilí era la gatita más linda del mundo: todos los días su Amita Alexandra la peinaba, le hacía sus trencitas o Moñitos de colores, hasta dejarla preciosa.
Todos los días antes de salir, se dirigía al dormitorio y en el espejo del armario, acostumbraba a contemplarse... se sentía bella y feliz.
Luego salía corriendo por la ventana de aquel palacio, saltando de poste en poste, cruzaba sobre una valla sumamente peligrosa... más la gatita era intrépida y muy lista, y lograba llegar al bosque sin problema.

Sin embargo, el gato no sentía el mismo interés; así pues, unos días se presentaba y otros simplemente no aparecía... pues era un listillo y escurridizo galán.
Lilí se enfrentaba día a día, toda clase de peligros, para llegar hasta el lugar... pues aparte de la peligrosa valla, debía de cuidarse de unos gatos callejeros muy malos. Quienes tenían una gran cabeza y siempre estaban deseando abusar de la indefensa y delicada gatita.
Alexandra constantemente le llamaba la atención a Lilí; diciéndole; que no era prudente que se alejara de casa, y mucho menos en dirección al bosque... pues sabía que en el lugar vivían gatos vagabundos, y que la podrían dañar.

Luego de transcurridas unas semanas, de intermitentes apariciones por parte de su príncipe, este no volvió más. Lilí, infeliz, pero aun con la esperanza de volver a verlo; deprimida y ensimismada en sus pensamientos, comenzó a caminar por el bosque, sin tomar la debida precaución.
Una, tarde, cuando se disponía regresar a casa, los gatos la interceptaron... y entre todos se la disputaban; más ella, armándose de coraje, se defendió tal cual lo haría una tigresa.

Cuando la disputa se encontraba en su momento más candente, aprovechó la oportunidad para salir corriendo... y fue ardua labor llegar hasta su casa, pues en medio del brutal combate había quedado completamente destrozada.
Cuando su Amita, se percató de lo sucedido, desconsolada, se echó a llorar; tomó en sus brazos a la malherida y de lodo embarrada la gatita... quien no parecía ser la aristócrata y hermosa felina que ella tanto amaba.

Con el tiempo la gatita se repuso, y de nuevo su Amita la acicalaba y peinaba; haciéndole preciosos wikis en su cabecita... Más sin importar cuánto se esmerara y que tan preciosa la dejara, la gatita ya no era feliz.
La tristeza y la apatía la consumían; no se alimentaba bien y mucho menos intentaba escapar de casa... Con suerte a veces salía al balcón, y se le podía observar con la vista perdida hacia el horizonte... era evidente que, la pobre infeliz no deseaba vivir.

-Por favor, no estés más triste; ya pasó todo. Jamás te he recriminado por tus salidas; y mucho menos te llamé la atención por todo lo que te sucedió, a pesar de que constantemente te advertía lo que podía pasar.
Lilí respondió:
No Amita, no estoy triste a causa tuya, es debido al ataque de esos gatos infames. Y Me siento infeliz, porque mi príncipe, dejó de ir a mi encuentro... y yo le quiero tanto, que no imagino la vida sin él.
La Amita, interrumpiéndola, agregó:
¡Vamos anímate!
¿Te gustaría que salgamos, a pasear las dos?
Lilí aceptó con algo de desenfado, pero agradecida por tener una Amita tan dulce y preocupada de su bienestar.

Ella jamás concibió hijo alguno; por lo que todo cuanto tenía era para solventar los gastos y lujos, de las dos.
Así pues, para engalanar a su aristócrata gatita, tomó su correa preferida; la cual era de oro con un bello collar de diamantes.

Alexandra, días atrás, había descubierto en el ventanal de un majestuoso palacio, a un hermoso gato... más no se lo comentó a su mínima Lilí, ante el temor que esta se negara a salir de paseo.
Por lo que discretamente guio a su gatita, para que caminara entre los barrotes, de la gran valla que rodeaba el palacio.
Su plan funcionó a las mil maravillas, pues en los escalones de mármol blanco, reposando, se encontraba el apuesto gato.
Alexandra se detuvo, simulando que uno de sus zapatos se había averiado... tiempo suficiente para que Lilí y el gato cruzaran miradas.

-¡Fufú, fufú! ¡Qué hermosa eres!
¿Aceptarías una invitación, para ingresar y conocer mi casa?
Lilí tímidamente alzó la mirada, como preguntándole a su Amita, si podía aceptar.
Alexandra inmediatamente soltó la cadena; y la gatita salió corriendo loca de alegría tras él... y pronto se perdieron detrás de la entrada principal.

Después de poco esperar, salió una empleada; y al ver a Alexandra, quien era una mujer muy guapa y forrada de joyas se sorprendió.
¿Dígame señora? ¿A quién busca?
Bueno, a nadie que viva en el lugar... buscó a mi linda gatita, a quien observé ingreso al castillo.
¿Acaso la han visto?
La mujer, encaminándose, presurosa al palacete, contestó:
-¡Espere un momento, por favor!
En breve lapso de tiempo, apareció un señor distinguido y muy apuesto... con un corte de cabello muy pulcro y singular; quien en sus brazos traía a la gatita.

¡Para ser honesto, debo confesar que sospecho... esta Amita no llegó al lugar en busca de un gato solamente; sino de otro marido, forrado de billetes!
<Esa fue mi impresión>
Alexandra se decía para sus adentros:
¡Madre mía! ¡Qué guapo es este señorón!
El caballero, por igual, visiblemente exaltado; rápidamente se presentó:
Buenas noches, soy Enrique Villavicencio.
-Encantada de conocerle... yo soy Alexandra Alcalá.
¡El placer es mío!
Lilí les interrumpió..."Miau, miau.

Imagino que esta belleza, le pertenece. ¿No es así?
-Sí, es mi amada gatita, quien se me escapó mientras paseábamos por los alrededores.
Mientras tanto, el gatito ronroneaba girando y enrollando su cola entre los pies de su amo... ansioso de que este, liberara a la gatita... o en el peor de los casos; estaba determinado a seguirlas hasta su hogar.
Más para fortuna de los mininos... sus amos parecían llevarse de maravilla; pues después de un ratito Enrique invitó a Alexandra a ingresar para conversar a gusto... y ella sin dudarlo aceptó.
Esa noche cupido hizo de las suyas, pues flechó a ambas parejas; ya que nació un bello romance entre la pareja de humanos y sus mininos.

A partir de esa noche, compartieron momentos de infinita felicidad... todo marchaba de maravilla; a los tres meses de conocerse, ambas parejas unieron sus vidas y fueron felices para siempre.
Enrique y Alexandra jamás llegaron a extender su familia; sin embargo, la familia gatuna creció de forma considerable... agregando infinitos momentos de ternura y diversión, a sus afortunados amos.
¡Colorín colorado, este cuento de la gata Lilí y su gato enamorado, ha llegado a su fin!

Enrique Nieto Rubio
<Derechos de Autor>
Colabora en imágenes,
Silvia Regina Cossio Cámara.